Y voló el gato azul,
mientras relinchaba,
luciendo su áspero plumaje.
Y el hombre se resignó.
Y ahora hizo ya no hipopótamos,
sino también elefantes rosados voladores.
Mientras el perro se podría en un oscuro rincón
y sus desalentados ladridos
no se oían,
mucho menos
tocaban el corazón...
del hombre-dios.
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